miércoles, 28 de noviembre de 2007

Aplausos!

este texto lo presente como mi trabajo de periodismo gonzo en interpretativo y es el escogido para abrir mi blog. adelante...................

Prender la televisión es un acto tan sencillo que ni imaginamos todo lo que hay detrás de un programa, presionar un botón para cambiarla es tan común, que olvidamos que tanto frente a la cámara como tras ella hay gente, que hace algo tan cotidiano para todos como es el trabajo.

¿Quien no ha querido aparecer en televisión? Pararse frente a la cámara, aunque sea detrás del periodista que manda el despacho, bueno, esa posibilidad estaba a alcance de mi mano. Tenía en mi poder, la flamante invitación como público a un programa de televisión.

Gigantes con Vivi te invita a participar cómo público. Tenida formal, mayor de 18 años. Invitación doble, viernes 17 hrs -¿viernes? ¡Ah! Uno más de estos programas grabados-

A buscar la mejor tenida, y las ganas. Y, por supuesto contarle a todo el mundo para que sintonizaran el canal y me vieran en la tele.

La llegada al canal fue corriendo, preocupado por la hora. Te apuras para tomar un buen asiento, no quieres quedar atrás dónde no te pueda pinchar una cámara y después decepciones a todos aquellos que prenderán el televisor sólo para esperar tu aparición en el público.

En entrada a Canal 13 un sujeto nos preguntó – a mi y mis acompañantes- con un acento argentino bien marcado:

- Che, vienen al programa de la Vivi.
- Sí –respondimos al unísono-.
- Pasen por acá.

Se abrían las puertas del esplendoroso edificio de Canal 13, y pasamos un poco cohibidos por el espectáculo. Nuestros ojos permanecían bien abiertos, por si nos topábamos con alguna figurita del jetset y le podíamos robar una foto.

Los espacios en el lugar eran amplios, todo parecía grande, en el patio estaban grabando un programa de deporte, su escenografía lo delataba, todos corrían de un lado a otro, sólo el casino entregaba un poco de tranquilidad a la figura con un café acompañado de risas casuales.

Me sentía como en mi primer día de universidad, crees que todos te miran por que eres nuevo, pero al rato te das cuenta que ni siquiera saben que existes, eso me relajó. Justo a tiempo, el sujeto argentino, nos dejo junto a otro tipo. Este tenía que ser chileno, un clásico hueon en su vocabulario lo delató.

Él nos condujo a unas puertas que parecían de catedral, eran inmensas, fácilmente un elefante podía pasar caminando en dos patas y con la trompa extendida a través de ella – no sé porqué pensé en un elefante en ese momento-.

El estudio era aún más alto que la puerta, de techo colgaba todo tipo de cosas: luces, cámaras, cables, televisores, el aíre acondicionado, escaleras y muchas otras cosas que se escapaban al detalle de una observación casual. Asusta pensar que algo de eso puede caerte en la cabeza. Si llegara a temblar, no quisiera estar sentado en ese lugar.

Cuando baje la mirada, descubrí una particularidad en el público, hay dos lugares distintos. Una galería, tipo Sábado Gigante. Y las clásicas mesitas, muy actuales en el formato. En ese momento el sujeto nuevo nos hace un escáner visual como estudiando nuestra apariencia, y decide colocarnos en las mesitas, segunda fila. Ahí entendí lo importante que había sido ponerme el terno. La corbata me había entregado el estatus de público de primer nivel y una opción clara de lograr unos segundos en cámara.

El set comenzó a llenarse de a poco de público, ubicados estratégicamente según su pinta. De tal forma que no quedó espacio. Mientras tanto un selvático grupo de personas se movían en la escenografía. Todos hablaban con sus micrófonos y luego oían a sus audífonos y mecánicamente realizaban una acción. Parecía un ballet coordinado en medio de la función.

Comenzaron a repartir copas en las mesas, y a llenarlas con pisco sour o Limón Soda –para los que no beben-, tenía que ser esa bebida, había que mantener la uniformidad para simular que todos beben una copita de pisco sour. Ese detalle era el presagio de una verdad innegable. Todo comenzaba a oler a una mentira tan bien elaborada, de la cual yo ya era parte.

Cerraron la puerta, y el sujeto argentino, que a esta altura ya tenía nombre – Jeanpiere- tomaba el micrófono para darnos la bienvenida y las gracias por asistir, además de pedirnos la colaboración para un buen programa, nos dice que la pasaremos bien y que habrá muchas sorpresas en la tarde.

Llevábamos media hora en el set, y no había pasado mucho. El calor producido por la exagerada cantidad de luces comenzaba a sentirse. Y la música que había de ambiente me aburría. Hasta que apareció una modelo y la Vivi, y se cortó la música, y un gordito con cara de coordinador de piso pidió silencio y explico que se iban a grabar todos los anuncios publicitarios y que quería el mayor de los aplausos de parte nuestra.

Yyyy… Grabando

La conductora del programa se paró junto a Francisca Ayala- la modelo de turno- y explica las maravillas de un producto de limpieza. Todo esto escrito, hasta la última de las comas en un televisor que yo ya quiera en mi pieza, y aquí, era vil mente utilizado de teleprontel. Cuando uno ve en la casa estos anuncios, sabe que hay un libreto que tiene que decir, pero asume que algo de ella tendrán las palabras. Al contrario. Todo es leído.

Lo sorprendente pasa segundos antes que termine de leer. El argentino levanta los brazos y los agitas en el aire, aplaudiendo como desesperado. Todos lo siguen y así se consigue el objetivo. Un lindo aplauso para el auspiciador que pone las lucas. Al parecer, no somos invitados a un espectáculo para pasarla bien, nos llevan a trabajar como máquinas de aplausos para que todo se vea perfecto a través de televisión. Y yo que ya comenzaba a sentirme importante.

Terminaron de grabar eso, y comenzaron un par de entrevistas para el programa. El sujeto argentino había comenzado a asustarme, se reía de una forma bien fingida hasta con el más mínimo de los chistes – si es que los podemos llamar así- e incitaba a que todos los siguiéramos en su afán participativo. Quizás consumió algo antes del programa y por eso está exaltado.

No contento con eso en cada corte, tomaba el micrófono se ponía a hablar y “entretenernos”- supongo- , pero no convencía a nadie, quizás a un par de abuelitas que se habían sumado a toda la farsa.

Cuando ya nada podía superar este cuento armado a pedazos, nos explicaron que la conductora se iba a cambiar de ropa porque íbamos a grabar escenas- por que ya parecía teleserie el show- de otro capítulo. Quien sabe cuando saldría esta edición, comencé a dudar de todo, hasta del real contenido de mi copa de pisco sour.

Además, en el tiempo que demoró el cambio de vestuario, se nos pidió el más grande de los ánimos para las tomas de público, una vez más el gordito, que a esta altura de simpático no tenía mucho, dijo:

- Quiero las mejores sonrisas, el mejor aplauso y todas las ganas del mundo, sin mirar la cámara. El mejor público se llevara un premio al final.

Chato

Una y otra vez, aplaudiendo a nada. Cinco minutos en una rutina extenuante de aplauso y risas fingidas. Llevábamos 2 horas en ese estudio y lo único que hacíamos era aplaudir y a esa hora mirar una copa vacía de pisco sour. Cuando terminó el show del aplauso, rellenaron las copas y vuelta a empezar.

Entró la conductora y a grabar. Primero grabaron los anuncios publicitarios para la nueva edición del programa, los mismo de hacia unas horas, pero con distinta ropa. Luego, el final del programa, después una entrevista de al medio, luego otra cosa y otra. Y yo ya cansado de aplaudir. Maquillaje por favor, un retoque para borrar el sudor. El calor se hacia a ratos insoportable.

4 horas y media sentado, encerrado – no te dejan salir cuando están grabando y si quieres ir al baño corres el riesgo de perder tu lugar-. El hambre comenzaba a aparecer, nos habían dado un solo canapé, y no muy sabroso. Y el argentino, se había convertido en el sujeto más odioso del mundo. Parecía que él era el único que la pasaba bien.

Todo el público, en su mayoría femenino esperaba la aparición del artista de turno, Emmanuel, una ex estrella famosa con temas conocidos, pero que hoy no mueve más que a un grupo de señoras que estoy seguro que esa tarde noche estaban todas ahí.

Quería salir de ese lugar, ya no me parecía agradable estar en televisión. Eran las 21:45 tenía que llegar a tomar mi bus, Santiago no es una ciudad amable con el forastero, y los sujetos varios no permitían que me parara. Estaba decidido a interrumpir la grabación con un grito o cruzarme frente a la cámara que me dejaran salir. Pero el Muchas gracias no se hizo esperar. Al fin había terminado, 10 y algo de la noche, salí corriendo directo al metro, no hubo nada que me detuviera en mi huída. Nunca más iré a la televisión como público.

El sábado siguiente, me vi en la tele, salíamos muy bien junto a mis amigas, nos pincharon varias veces y conseguimos valiosos segundos en pantalla, traducidos en muchos comentarios sobre nuestra aparición. Al parecer, esa tortura moderna valió la pena.