martes, 14 de abril de 2009


Oír el despertador por las mañanas, dar el agua caliente, tomarse una ducha, beber café, ir a la U, volver a casa, leer un libro, ver noticias y dormir. Rutina, quizás solo eso, pero segura. No hay sobre saltos, miedos, sufrimientos, dolores ni grandes problemas.

Tanta tranquilidad hace creer que siempre es así, y que todos gozan de la misma. Pero no por ignorancia, si no que por un inconciente-conciente sentimiento de olvido. Es necesario olvidar el hambre en África para comer opulentos platos, es necesario olvidar las guerras del mundo para carretear un sábado por la noche. Es necesario olvidar la miseria en nuestro país para no conflictuar el discurso con los actos.

Sin duda el mundo es mucho más de lo que nos rodea, y alguien tiene que acercar eso que esta más allá de lo que nuestros ojos alcanzan a ver. Pero quien trae esas imágenes no puede olvidar tan fácil como el resto cuado cierra las páginas de esa revista o apaga el documental.

Todo estos pensamientos surgen al ver el documental fotógrafo de guerra, personifica do en James Nachtwey, testigo directo de hambruna, muerte y miseria alrededor del mundo. El seguimiento en terreno de la labor realizada por james no hace tocar por un instante aquello k genera el contacto directo con esta realidad olvidada.

Si bien, muchas sensaciones se pierden, es casi posible sentir el olor y las texturas de lo que se está viendo. Impacta y conmueve. Tanto que uno se aferra y se hace parte del pensamiento de Nachtwey cuando dice que su único fin es que estas imágenes no sean olvidadas y que esas escenas no sean repetidas. 20 años de convivir con eso le otorga esa mirada perdida y calma de alguien que hizo propio el sufrimiento de muchos y lo lleva consigo.

Quizás su mayor conflicto es saber que le pagan por eso, por retratar el dolor de otros, pero sabe que su misión es esa, y el pago no es más que un trámite de algo mas importante que es el acercar el dolor al mundo.

Capa decía que había que estar cerca para obtener buenas fotos. Esa es la escénica de Natchwey, su cercanía y compromiso con lo que hace permite transmitir todos los sentimientos en una imagen.

Si el mundo quiere ser ciego y sordo al ignorar esto, Natchwey, no quiere ser mudo. Sus fotografías son un grito, pero no de él, es un grito de auxilio de sus protagonistas. Él mismo señala, que no quiere que las fotografías sean vistas como una obra de arte, sino como un reflejo de la realidad.

Algo más que imágenes y una historia deja este documental, permite palpar una realidad que queremos olvidar para poder vivir tranquilos, sin conflictos internos. Pero que sigue viva y continua pasando.

Que testimonios gráficos como estos, no termine solo en una exposición en alguna galería del mundo, sino que se queden en la conciencia colectiva de la humanidad para esa rutina sin sobre saltos, miedos, sufrimientos, dolores ni grandes problemas. Sea una opción en todo el mundo.

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